Si un trabajador es capaz de cumplir todas sus funciones de ese día en cinco horas, ¿por qué debe trabajar tres horas más ese día? ¿Por qué no puede autoorganizarse su jornada?
En los últimos años, han ido surgiendo nuevos modelos de organización del trabajo como alternativas a la clásica jornada de cuarenta horas en un lugar fijo: por ejemplo, los e-nomads, el teletrabajo o las semanas de cuatro días laborables, que "han sido un éxito en países como Islandia, Suecia, Japón, el Reino Unido o los Estados Unidos". La jornada reducida y flexible busca dar preferencia a la consecución de estos propósitos por encima del número de horas trabajadas. La finalidad es, entre otras cosas, conciliar mejor la vida familiar y la profesional. Es esencial tener en cuenta que, aunque se fije una jornada flexible, la normativa obliga a fijar el número de horas trabajadas (con posibilidades de flexibilidad en cuanto al momento y al lugar) y a tener un registro de la jornada laboral diaria. Lo que supone una garantía para el trabajador de que no acabe siendo la empresa la que determina cuándo se trabaje esas horas, sino el trabajador. El principal beneficio de este modelo es que aumenta la motivación de los empleados, lo que puede traducirse en una mayor productividad. Si atendemos a las cifras, los países que menos tiempo dedican al trabajo son Dinamarca y Noruega, mientras que Costa Rica y México son los que trabajan más horas (datos de 2019 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Curiosamente, si los comparamos, los que menos horas trabajan (Dinamarca y Noruega) consiguen sacar un PIB per cápita mayor que los que dedican más tiempo a la jornada laboral (Costa Rica y México).